jueves, 10 de agosto de 2017

Naufragio

¿A quién vamos a culpar ahora?
¿Quién es responsable de la terrible enfermedad que azota a este pueblo?
Cada vez me es más difícil ignorar los síntomas cuando los veo en el espejo,
en el rostro de la gente o, peor aún,
de mis amigas y amigos cuando les miro a los ojos
y veo esa desesperación,
las ganas de gritar,
de hacer algo: lo que sea,
de sentir;
esa urgencia de saberse con vida,
accediendo a placeres nimios,
cazando cualquier estímulo.

Estamos en una doliente paradoja: un exceso de carencia,
la ausencia de sentido,
un vacío que buscamos llenar a toda costa con un dios
con reconocimiento,
con violencia cruda en dosis diarias a través de una pantalla,
poseer algo,
¡poseer todo!,
y poseer la verdad, sobre todo.

¿Quién le da vueltas a este carrusel, que no me deja bajarme?
¿Quién lleva la dirección de este inmenso teatro de apariencias?
¿Quién escribió el guión de esta sátira?
Yo no elegí mi papel.
Ni siquiera sé cuál es.

Estamos muertos,
pero no tenemos descanso.
Creamos con estas manos,
con nuestro diario andar
y nuestro diario hacer,
el mundo que nos envuelve,
pero se nos está prohibido disfrutarlo.
¿Para quién es, entonces?
¿A quién servimos?

Desconozco a qué manos llegará esta carta de naufragio,
en qué playa encallará nuestra vida al garete,
cuánto tiempo más se prolongará nuestra deriva
en el mar del consumismo;
pero sé que es preciso volver
a aquellas tierras vírgenes y abundantes de la infancia,
al primer descubrimiento de los sentidos,
a levantar la vista y encontrar el asombro todos los días,
a trepar árboles,
andar veredas,
nadar en los ríos,
mirar las estrellas,
y principalmente poder detenernos
para apreciar esta gran obra de barro, de tiempo y de agua
que entre millones de manos seguimos creando;
detenernos para servirnos un plato de sopa caliente
que entre todas y todos cocinamos,
para curar nuestras heridas,
para sanar nuestros corazones,
para llenar este vacío,
para vivir en paz.


10/06/2017

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