domingo, 8 de octubre de 2017

No vaya a ser

Alguna vez leí que,
el día que nadie, absolutamente nadie se acuerde de ti,
nadie evoque tu rostro,
nadie rememore tu risa,
nadie piense tu nombre en algún sitio remoto,
ese día morirás;
dejarás de existir.

No dijo si cuando, por fin te recuerden, revives.
Yo espero que sí.

Por si acaso,
hoy te recordé todo el día.
Uno no sabe qué tantas cosas
tengas que hacer y pensar hoy,
qué tanto tengas por sentir y disfrutar,
por lo que resultaría bastante inconveniente
desaparecer así no más.

(Por cierto, ve terminando tus pendientes,
que ya casi me voy a dormir
y no sé si soñarte cuenta)

domingo, 1 de octubre de 2017

De onvre a onvre


Este país está en guerra contra las mujeres que viven en él. Se estima que del 2013 al 2015 fueron asesinadas 7 mujeres diariamente en México. De acuerdo con un reporte del INEGI en el 2011, 47 de cada 100 mujeres declararon haber sido víctimas de violencia por parte de su pareja; es decir, casi la mitad de las mujeres han sido agredidas por la persona que se suponía que las amaba. Más recientemente se ha dado a conocer más de un caso de abuso sexual por parte de conductores de Uber a usuarias, y por supuesto, está la terrible noticia de Mara, quien fue además asesinada.

Podemos decir que en función de el problema está la solución; entonces cabría preguntarnos: ¿cuál es aquí el verdadero problema? ¿Acaso es Uber o Cabify? ¿Son las autoridades que no vigilan lo suficiente? ¿O el ayuntamiento que no repara el alumbrado público? ¿A lo mejor el hecho de que venía tarde, salió sola, traía falda? Yo veo aquí que, más bien, el común denominador somos nosotros: los hombres.

Debería bastarnos con el hecho de saber que esto es una realidad a la cuál la mitad de la población se enfrenta todos los días; simplemente pensar que son personas cuya libertad se ve trastocada, y tienen que vivir con miedo, depender de un hombre, no salir de noche, rodear ciertas calles; eso debería ser suficiente para comprender y sentir empatía. Pero si en verdad nos cuesta tanto trabajo hacerlo, entonces quizás podríamos pensar en todas aquellas mujeres que conocemos y queremos, familiares, amigas, parejas, y por ellas abrir los ojos.

Muchos podríamos decir: yo también siento miedo de salir a la calle de noche, de que me asalten o me secuestren. Pero valdría la pena pensar, ¿quiénes son los que asaltan y secuestran en su mayoría? ¿A quiénes tememos? Definitivamente, la violencia tiene género. Quizás haya quien piense: «Yo nunca he agredido, violado, mucho menos matado. ¿Qué tiene que ver conmigo entonces?». Ante esta pregunta, podemos preguntarnos cómo cada uno de nosotros colaboramos para que persista esta cultura.

¿Qué me enseñaron que significa ser hombre?

Demostrar mi masculinidad a través de la fuerza; humillar a otras personas para construir mi autoestima con carrilla bullying; hablar entre hombres sobre el cuerpo de las mujeres, y mirarlas pasar por la calle como si fueran objetos; buscar tener la razón ante todo, interrumpiendo todo el tiempo, hablando por encima, acaparando la palabra. Si ser hombre no representara en verdad un privilegio ¿por qué entonces me da tanto miedo dejar de serlo? ¿Por qué me enoja tanto que me digan niñitamaricón? Cualquier cosa que ponga en duda mi hombría me aterra: expresar mi afecto por otros hombres, mostrarme vulnerable, cocinar la comida que yo mismo como, lavar la ropa que yo mismo uso ¡y hasta limpiar el baño donde yo mismo cago!

Sería sensato que cada uno nos cuestionáramos cómo reproducimos ese comportamiento; qué consecuencias tiene en nuestras propias vidas; a quién afectan nuestras acciones, y quién se hace cargo de lo que no hacemos.

Después de hacer una reflexión profunda, tal vez nos demos cuenta de muchas cosas que no nos gusten o nos hagan sentir incómodos. La culpa pesa, pero de nada sirve darnos golpes de pecho, o confesar nuestros pecados al mejor estilo católico para luego salir a seguir pecando. En lugar de eso, es imperante que nos hagamos conscientes de nuestra responsabilidad, y la asumamos de una vez por todas.

¿Qué nos toca hacer a nosotros?

Podemos empezar por redefinirnos a nosotros mismos; que entendamos que nuestra identidad y nuestra valía no es algo que tengamos que estar demostrando todo el tiempo, ni temiendo perder; reconfigurar nuestras relaciones con las mujeres que nos rodean, para que podamos ver personas en lugar de pedazos de carne para nuestro consumo y placer; aprender a callarnos para escucharlas; cambiar la forma en la que interactuamos como hombres, dando lugar a nuestras emociones, y al mismo tiempo, dejar de ser cómplices ante los chistes machistas, los memes de porno en el grupo de WhatsApp, las miradas y piropos que escuchamos en la calle todos los días. Pensemos que el mismo cuerpo que utilizamos para matar y violar, es el que usamos para cuidar y amar. Urge que nos cuidemos entre todos y todas; que en lugar de generar espacios aislados donde puedan estar seguras, hagamos seguros todos los espacios. E igual de importante es aprender a hacernos cargo de nosotros mismos y de otras personas.

En estos tiempos, con la efervescencia de las redes sociales, pareciera estar de moda el feminismo, y hay desde quienes lo promueven hasta quienes lo atacan, al grado de suponer que no es más que odio hacia los hombres, e incluso llamarles feminazis.  La activista Andrea Dworkin alguna vez dijo: «El feminismo no se trata de odiar a los hombres, sino de creer en su humanidad pese a toda evidencia de lo contrario». Si somos de los segundos, tal vez debamos mejor respetar su lucha, y preguntarnos por qué nos hace tanto ruido. Y si somos de los primeros, y sentimos unas ganas urgentes de participar, probablemente lo mejor sea, en lugar de invadir sus espacios, llevar las ideas feministas a nuestros espacios.

Un compañero dijo una vez una frase que me dejó pensando bastante: «Prefiero ser parte activa de la solución, que parte pasiva del problema».

Hoy en día no puede ser más urgente: las estamos matando.

1 de octubre del 2017