No sé que ocurre, ¡y ocurre tanto! Sólo ocurre.
Ese carácter atemporal es delicioso. Elimina de mi estancia contigo toda caducidad, y eres tan infinita como lo es cada segundo; justo como cabe el mundo entero y todos los aconteceres en un ínfimo instante.
Ahora mismo, por ejemplo, tú aconteces infinitamente lejos, en un mundo que supongo, en el que bailas y te realimentas de ti, en el que nadas en un mar de aire.
Y yo acá, infinitamente cerca de mí, escucho tantas cosas que pasan, que me es complicado pensar que este es un mundo y no un millón:
El paso que pasa, el teléfono que aúlla, la vieja que platica y la vieja que calla y escucha y tose y mece los pies como una niña, el novio que besa y la novia que suspira, la pluma que acaricia, corre y juega, rasga, dibuja y testifica el mundo mismo fomo puede, haciéndolo un hecho material, limitándolo a palabra como la música limita a sonidos y la pintura a colores hechos fluido o tizas y pasteles.
Sin embargo, (¿será por la ley de la atracción en la que no creo?) mi deseo de verte venir sonriente, cansada y descansada, con la luz de esa mirada de redondas lunas gigantes y negras, te hace tan probable, tan inminente, que apacigua un poco mi esperanza que finge ser desesperanza, aguardándote con dulces, letras, noticias y pormenores, preguntas, respuestas, quejas y asombros, abrazos y besos infantiles, adolescentes, maduros y seniles, y todas estas cosas que no dejan de pasar y estos carros y lechuzas y minutos y gente que no dejan nunca de pasar. No me importa que a tu llegada me quede sin letras, cierre mi libreta, guarde mi pluma, si su razón fundamental de ser está presente.
24/09/2012
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