martes, 16 de agosto de 2016

Inexorable

Las lágrimas van al cielo y vuelven a tus ojos desde el mar.
[...]
Volverás a esperanzarte, y luego a desesperar.
Y cuando menos lo esperes, tu corazón va a sanar.
Jorge Drexler

Hace tiempo visité la gran cascada de El Salto en Minatitlán, Colima. Estando frente a ella, podía sentir su fuerza inmensa, escuchar su estruendo, y ante tal espectáculo, no había palabras que valieran la pena pronunciar. De pronto me di cuenta de que, así como el agua corría en raudales durante ese preciso momento, el tiempo pasaba también: estampidas de sucesos, cambios, voces y rostros, emociones, palabras, decisiones, actos, pasaban de un segundo a otro a ser recuerdos.

El tiempo es implacable. Un verdadero maestro de la transformación. A veces actúa tan lentamente que es difícil percibir su paso; otras ocasiones nos embiste de manera repentina e inesperada, y antes de que podamos reaccionar, ya nos ha cambiado. Es precisamente el cambio la principal herramienta que tenemos para crecer. Por desgracia, crecer muchas veces duele. Implica desprendernos de aquello que éramos, cosas que teníamos, personas que estaban a nuestro lado, y enfrentarnos a una forma nueva de ser y de vivir. Es, sin embargo, tan necesario como soltar el aire, para poder respirar de nuevo, y negarlo sería igual de absurdo que esperar que la mencionada cascada detuviera su curso, sólo para tratar de aferrarnos al agua que pasa en ese ínfimo instante, y ver cómo se escurre entre nuestros dedos.

La vida, por definición, comprende una serie de cambios, y nada que se pueda llamar "vivo" escapa de ellos. Nosotros en particular, como seres humanos, estamos provistos de la capacidad de ser conscientes, para bien y para mal, de los eslabones que construyen nuestra existencia; y el último ellos en especial, suele generarnos conflicto: la muerte. A pesar de que todos sin excepción la experimentaremos algún día, o quizá precisamente por eso, se nos dificulta aceptarla como parte de nuestra vida. Y cuando es una persona que amamos, la que llega a este punto del camino, nos duele en el alma. 

Todo alrededor evoca el recuerdo, y sentimos como si una parte de nosotros se hubiera desvanecido. Comenzamos a ser conscientes de la ausencia, y un vacío se gesta en nuestro corazón. Pero sólo se trata de una ilusión pasajera. Poco a poco nos daremos cuenta de que la persona amada vive en nosotros, a través de las cosas que de ella aprendimos, las vivencias y emociones que dibujan en nuestro rostro una sonrisa, de manera que nada nos quita; por el contrario, nos enriquece.

Si aceptamos la muerte como parte fundamental e inexorable de la vida, ésta adquiere una condición de efímera y fugaz. Así, con la certeza de que todos, tarde o temprano, llegaremos a dicha etapa, está en cada uno de nosotros decidir de qué manera queremos utilizar el tiempo que tenemos. Si deseamos vivir arrepentidos por lo que alguna vez dijimos o callamos, pensando en lo que hubiera sido, creando un mundo imaginario que nos aísla del verdadero; o atesorar la memoria de aquellas personas que ya no están físicamente con nosotros, agradecer las cosas que nos enseñaron, y abrir nuestro corazón para expresar día a día lo que sentimos hacia las que aún nos acompañan, y no hasta que sea demasiado tarde.

Cuando una mariposa, después de días que parecen siglos, emerge al fin de su capullo, despliega sus alas y vuela en libertad, jamás añora su encierro, pues ahora tiene el cielo entero para navegar. Dejemos que las personas que se han ido, libres ya de las limitaciones del cuerpo, de dolor y sufrimiento, nos abracen tiernamente con su recuerdo. Por ahora viven en nuestro corazón, pero algún día volaremos juntos otra vez.
A Dani Macedo
DEP
16/08/2016 

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